sábado, 18 de abril de 2015

Ausencia



El vehículo paró en un camino de tierra. Permanecía oculto de miradas nocturnas. El conductor echó un vistazo al reloj. Su cita de medianoche se retrasaba. Dos luces se aproximaron en dirección contraria. Los dos conductores se saludaron con presteza.
─¿Has traído lo que te pedí?
─Aquí lo tienes ¿Nos vemos?
─Sí, en el sitio de siempre.
No hubo testigos. Ningún rastro. Sólo la noche.
El hombre, tumbado sobre la hojarasca del suelo, intentó incorporarse. Apoyado sobre las manos y con aparente esfuerzo, consiguió ponerse de pie. Pestañeó con prisa, quizá con la intención de mejorar su visión. Los pasos, vacilantes y lentos, igual que los de un bebé cuando aprende a caminar. Sujetó la cabeza, entre las manos, como si fuera a desprenderse del tronco de un momento a otro. Parecía afectado por algo desconocido.
Era corriente, con rasgos vulgares. Vestía camisa y pantalón color tierra con multitud de bolsillos. En la cintura, una tira de cuero grueso, abrazaba su abultado abdomen, a modo de cinturón.  Una serie de oquedades, ahora vacías, decoraban la delantera. Unas fuertes botas de suela con rugosidades completaba el conjunto.
Se mantuvo durante unos segundos apoyado sobre un tronco ojeando los aledaños. De pronto, un sonido idéntico al de un enjambre de abejas al acercarse, recorrió el arbolado. Su reacción fue inesperada. Se agachó, casi rozando el suelo y, se tapó con fuerza los oídos. La sombra de un ave gigante atravesó las copas de los árboles. Tras su paso, el ruido cesó. No hubo un momento de sosiego. Oyó una detonación y, al instante, un grito desgarrador irrumpió en el silencio del bosque. Movió los labios con rapidez. Debo irme de aquí, exclamó con voz temblorosa.
Miró a su alrededor, con recelo y confusión, sin decidir qué dirección tomar. Primero caminó de frente pero minutos más tarde, giró a la derecha. Le pareció escuchar algo detrás y se volvió. Todo estaba en calma e inició la marcha de nuevo.
Después de un rato de caminata, se detuvo. El movimiento de unos matorrales próximos le puso en guardia. Un gruñido, a pocos metros, le erizó los pelos. El miedo se apoderó de él. Su andar dudoso se convirtió en una huída de furia sin control. Corría sin rumbo, sin mirar atrás. El ramaje dañaba su cara, las raíces impedían que avanzara con velocidad, el sudor del esfuerzo cegaba sus ojos… Pronto comenzó a jadear.
Se detuvo un momento para tomar resuello. Estaba al límite del agotamiento. Se llevó la mano al pecho y la mueca de dolor le delató. Tras una breve recuperación decidió mover los pies con calma, sin prisa. Poco a poco sus pisadas adquirieron seguridad y firmeza. Se atrevió a sonreír con descaro.


La tranquilidad del hombre fue corta. El zumbido volvió de improviso y con mayor intensidad. No se detuvo, ni miró, sólo escapó. Sus zancadas pesadas y lentas, por el cansancio acumulado, no le permitían moverse con soltura. Sollozó con impotencia al verse perseguido por algo misterioso e invisible.
Su vista fija hacia delante no le dejó ver entre las hojas del suelo. Los pies quedaron atrapados. El cuerpo suspendido en el aire se mecía como un columpio. Intentó zafarse del cautiverio sin éxito. La situación empeoró y su cráneo impactó con brusquedad contra el terreno boscoso quedando teñido de rojo oscuro. Su respiración se volvió lenta como si no existiera. El cuerpo tumbado sin movimiento y la mirada vacía casi sin vida.
Sus párpados, con un gesto de pesadez, se cerraron.
Escuchó un crujir de ramas. Alguien se acercaba a su posición. Entreabrió los ojos y vio a un extraño con gorra, de visera larga, que le cubría parcialmente el rostro pintado de negro. En su mano derecha portaba una escopeta.
─¿Qué se siente cuando tú eres la presa?
El hombre recordó todas las ocasiones en que había estado de pie, cerca de sus trofeos, sin tener en cuenta el sufrimiento generado sobre ellos. En ese momento supo que no habría clemencia para él. El disparo fue la confirmación.




R.U.

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