Estoy
preocupada y no sé que más puedo hacer. Ella pasa por momentos difíciles. Una
inquietud constante que le provoca un estado de angustia y desesperación.
Nos
conocimos desde siempre. Crecimos juntas, sin interrupción. Compartimos sinsabores
en compañía pero también los buenos ratos. Aquellos que nos hicieron comprender
que seguir valía la pena. Que el esfuerzo tenía su recompensa al convertir los
sueños en realidad.
Pero
ahora, se ha venido abajo. Permanece sujeta por las garras de la inseguridad que
la arrastran hasta el desánimo y el aislamiento. Hablo con ella aunque creo que
no escucha. No, en ese estado no. Algunas noches llora en silencio y se me
parte el alma. Quiero abrazarla, que note que estoy ahí, sin moverme. Pero ese reflejo
maldito me lo impide. Y se burla con descaro. Se ríe de nosotras.
Y cuando
todo parecía perdido y el desencanto se había adueñado de ella, algo surgió de
su interior y se abrió camino.
Esta
mañana me he despertado unos minutos tarde. Sí, puede parecer extraño, que
suene a fantasía pero ha sido como lo cuento. La luz del amanecer asomaba con
timidez por la ventana. Un soniquete enloquecido ha hecho de despertador
improvisado. Ella, sentada sobre su silla preferida, y con un semblante
relajado, golpeaba las teclas del ordenador. Concentrada en las palabras que,
sin prisa, narraban una historia imaginaria. Como tantas otras escritas en un
tiempo pasado. Y sonreía al verse libre de sus días de letargo y soledad. En
ese momento, me he acercado a ella en silencio, para no molestar. Y la he estrechado, tan juntas que parecíamos una.