viernes, 14 de agosto de 2015

Fusión

Estoy preocupada y no sé que más puedo hacer. Ella pasa por momentos difíciles. Una inquietud constante que le provoca un estado de angustia y desesperación.
Nos conocimos desde siempre. Crecimos juntas, sin interrupción. Compartimos sinsabores en compañía pero también los buenos ratos. Aquellos que nos hicieron comprender que seguir valía la pena. Que el esfuerzo tenía su recompensa al convertir los sueños en realidad.
Pero ahora, se ha venido abajo. Permanece sujeta por las garras de la inseguridad que la arrastran hasta el desánimo y el aislamiento. Hablo con ella aunque creo que no escucha. No, en ese estado no. Algunas noches llora en silencio y se me parte el alma. Quiero abrazarla, que note que estoy ahí, sin moverme. Pero ese reflejo maldito me lo impide. Y se burla con descaro. Se ríe de nosotras.
Y cuando todo parecía perdido y el desencanto se había adueñado de ella, algo surgió de su interior y se abrió camino.
Esta mañana me he despertado unos minutos tarde. Sí, puede parecer extraño, que suene a fantasía pero ha sido como lo cuento. La luz del amanecer asomaba con timidez por la ventana. Un soniquete enloquecido ha hecho de despertador improvisado. Ella, sentada sobre su silla preferida, y con un semblante relajado, golpeaba las teclas del ordenador. Concentrada en las palabras que, sin prisa, narraban una historia imaginaria. Como tantas otras escritas en un tiempo pasado. Y sonreía al verse libre de sus días de letargo y soledad. En ese momento, me he acercado a ella en silencio, para no molestar. Y la he  estrechado, tan juntas que parecíamos una.