El
día de su nacimiento no hubo fiesta ni fanfarria. Tampoco enhorabuenas ni
bienvenidas. No hubo saludos ni abrazos. El día que nació Gas fue como otro
cualquiera. Uno más en el calendario. Tan sólo su paso por la sala de montaje, la de pruebas y
el transporte al salón de exposición. Sin más.
Comenzó
a deslizar las ruedas con suavidad por el suelo. Parecía practicar el derrape
en pista. Su faro con una intermitencia de apagado y encendido, igual que un
parpadeo con ritmo. Los espejos retrovisores iniciaron un juego semejante al
escondite. Ahora me veo ahora no, ahora de frente ahora de lado. El depósito
emitió un sonido de desagüe vacío, un glu glu glu de lástima. Dio un leve
salto.
─¡Quieres
dejar de hacer el chorra! Me ponen de las bujías estas novatas…
Gas
notó una vibración molesta. Cesó su movimiento y permaneció quieta.
El
aburrimiento se instaló en la sala. El vendedor, miró el reloj. Hora de cerrar, dijo con indiferencia. Apagó las luces y se
marchó.
─¡Por
fin! Creía que no se iría ¿Y tú de qué vas, novata?
Gas
giró su faro sorprendida.
─No, a la CBR del fondo, no te gripa ésta. Pero, ¿a ti te han instalado
circuitos normales?
─Siempre
tan amable. Eres única para animar a las nuevas.
─No
te metas en esta vuelta que no tienes invitación. Más te valdría ponerte un
carenado y no enseñar los interiores por ahí.
Naked
dejó de rugir y se desconectó.
─¡Te
has pasado tres curvas, Crossrunner!
─¿Qué
yo me he pasado? Y esta máquina tonta ¿qué?
Gas
empezaba a notar chispas en sus circuitos.
─No
sé qué clase de aceite usas pero, yo que tú, cambiaría de marca.
Las
bujías de Crossover empezaron a chisporrotear.
─¡Vale
ya de rugidos y acelerones! Motores desconectados en tres, dos, uno.
El
salón se quedó en calma. Sólo se oía un leve rugido acompasado de CBR.
A la mañana siguiente, el
traqueteo de la persiana al subir, sacó a las máquinas de su modo en espera. Ninguna
se accionó. Se abrió la puerta. Una joven, de gesto amable, miró a su
alrededor.
─¿En
qué puedo atenderla, señorita?
─Busco
un regalo para…alguien especial.
Los
retrovisores se volvieron hacia la muchacha. La agitación de faros no se hizo
esperar. Todos, al unísono, seguían los pasos de la chica como si de un baile lento se tratara.
─¡Vaya,
me encanta ésta! Sobre todo el color. ¡Va a alucinar cuando la vea!
Gas
no se atrevió a mover ni un engranaje. Tenía el motor a punto de estallar. La
bobina empezaba a calentarse. Pero no había llegado el momento.
El
encuentro con su futuro compañero de ruta estuvo lleno de saludos y
felicitaciones. Sólo para él. Sin duda, ella era una máquina, nada más. De
pronto giró sus espejos hacia el interior. Sus ruedas comenzaron a dar vueltas
como un carrusel. El motor de arranque emitió un carraspeo entrecortado hasta
que, al fin, arrancó. Unos cuantos acelerones con petardeo incluido fue su
final de obra. Varios pares de ojos la miraron con asombro.
─¡La
leche, tío, qué flipe! Vamos cuenta, ¿cómo lo has hecho?
─Sé
lo mismo que tú. Quizá ella tenga más información.
Todas
las miradas se dirigieron a la muchacha. Ella recorrió su boca con dos dedos
en un ademán de silencio. Sonrió al recordar la conversación con el vendedor.
─Buena
elección señorita. Es una máquina singular. Su creador ha empleado la tecnología
más avanzada y novedosa del mercado.
─No
se preocupe por el precio. Aunque le parezca extraño no es importante para mí. Aquí
sólo vendemos sensaciones. Es lo principal.
En
ese momento, el último comentario la sorprendió. Ahora tenía sentido.
Volvió a sonreír.
Aquel
comportamiento autómata de Gas con el joven se transformó en poco tiempo en una comunicación de dos a
dos. Si le quitaba el polvo del carenado daba ligeros botes contra el suelo. Al
probar el funcionamiento de las luces, Gas, lanzaba varias ráfagas hacia él. El
cambio de aceite, la revisión de bujías, motor, frenos, ruedas…se convertía en
una efusión de rugidos y deslizamientos que activaba el ánimo del chico.
─Eres
grande, compañera ─le decía con golpecitos en el asiento.
Pero una tarde, de gafas de sol y ropa ligera, se convirtió en un afán por
salir del atolladero. Decidió salir a rutear con Gas. Unas curvas por la
carretera de la costa, pasar la tarde en compañía. Después de un tiempo de
diversión, algo ocurrió. Gas notó un temblor raro en el manillar. La curva se
aproximaba y los metros avanzaban a velocidad de vértigo. No había cambio de
postura, ni movimientos en manos y pies. El punto de no retorno lo tenían a dos
ruedas. No podía esperar más. Tomó el mando. Entró en la curva sin tiempo de
frenada. La rueda posterior derrapó sin control invadiendo el arcén. La
gravilla saltaba en todas direcciones como un abanico de fuegos artificiales.
Las sacudidas bruscas lanzaban, de un lado a otro, a su compañero. El
acantilado, a escasos centímetros de las ruedas, parecía invitarles a un salto
mortal. Por fin consiguió algo de tracción y pudo enderezarse. El corazón del
joven latía desbocado como el motor pasado de vueltas de Gas. Aminoraron la
marcha y pararon en el mirador. Él bajó y se sentó junto a su máquina. Ella
quieta, a su lado.
─Hemos
estado cerca, ¿verdad?
Gas
lanzó destellos desde su faro. En ese instante, el mar se tragó al sol.
Pasó
una semana desde el percance. El abandono por parte de ella era evidente. Sus
retrovisores hacia abajo, las ruedas inmóviles y con perdida de presión, su
faro empolvado y sin brillo, su motor en silencio.
En
la tarde del octavo día, unos pasos amigos se acercaban a la posición de Gas.
─¿Me
has echado de menos? ─le preguntó con su saludo especial sobre el asiento.
Giró
los espejos hacia él. En su faro apareció un tenue resplandor.
─No
tenemos buen día, por lo que veo. ¿Damos una vuelta por la playa?
Fueron
hasta el faro, junto al rompeolas. La tarde no invitaba a pasear. Él permaneció
en el asiento.
─No
podemos seguir rodando juntos. Lo del otro día es serio. Sé que de alguna
forma, desconocida para mí, me entiendes.
Gas
giró los retrovisores hacia él. Los espejos quedaron empañados al momento.
─He
hablado con un amigo. Le gustaría ser tu nuevo compañero. Tú decides.
Unas
gotas de condensación resbalaron por los cristales en caída libre hasta el
suelo. Gas no mostraba síntomas de actividad.
─¡Maldita
sea! No debes rendirte. A ti te han creado para dar gas.
Aquel
nombre fue pura magia para sus circuitos. Sacudió la humedad con giros rápidos.
Su faro lucía con intensidad, parecía competir con el situado a pocos metros. Después de una semana sin hacerlo Gas volvió a elevar sus retrovisores hacia el horizonte.