viernes, 5 de febrero de 2016

Sin salida

Mamá, no es mi intención causarte dolor al verme así, rodeada de este fluido enrojecido y frío que me cubre hasta la cintura. Pero la realidad me ha superado y no aguanto más.
Nunca te hablé de ellas. De sus burlas, insultos y golpes al salir de clase. De las noches de insomnio y llanto pensando en mi vuelta al instituto al día siguiente. De las nauseas, los temblores y la presión en el pecho que me paralizaban cada mañana al verlas, esperándome en la puerta, con sus caras estúpidas y dispuestas a comenzar su rutina de violencia. La verdad, me faltó valor para sincerarme contigo.



Y es que cada vez que me miraba al espejo y veía reflejado mi cuerpo en él, resonaban en mi cabeza las palabras llenas de crueldad que murmuraban al pasar por mi lado. Me sentía tan culpable que no era capaz de enfrentarme a su desprecio.
Y aunque sé, que la responsabilidad es de ellas y de los que con su silencio alimentan su tarea infernal, ya es tarde para mí. No puedo seguir. No me quedan fuerzas. Solo quiero desaparecer.
Cuando leas esta carta, no llores, mamá. Ya no tengo miedo. Por fin, soy libre.