Sobre
una colchoneta descolorida y rota, encima de una tarima de madera a unos
centímetros del suelo, descansa una muchacha de unos doce años. Es lo más
parecido a una cama que existe allí. Separa los párpados, aunque el izquierdo
casi ni se mueve. Pasa la lengua por los labios. Apoya las manos e intenta
incorporarse. Sus brazos, sin fuerza, se doblan. Y cae. Consigue emitir un sonido
que parece más un ronroneo que una pedida de auxilio. Gira la cabeza con una
mueca de dolor. Alarga la mano hasta un hombre pelirrojo que dormita en un
sillón y toca su rodilla. Este se levanta de un salto y empuja el asiento
contra la pared.
─¡Me
he dormido! ─mira el reloj y suelta un bufido. Apenas ha descansado en
condiciones en los últimos días─. ¿Qué pasa, Linh? ─ella levanta su índice
hacia un botellín de agua.
Se
oyen pasos y unos golpes en la puerta. Aparece un joven de ojos rasgados, pelo
negro y liso, ataviado con ropa blanca. Inclina la cabeza a modo de saludo. Se
acerca a la muchacha y toca su frente. Después rodea su muñeca durante un
minuto. Hace una seña al pelirrojo. Al salir echa un vistazo a la cama. La
muchacha duerme de nuevo.
Se
dirigen a una salita ahora vacía de pacientes. Se acomodan alrededor de una
mesa baja. En el centro, una bandeja con dos tazas de porcelana y una tetera
humeante a juego. El pelirrojo espera a que su amigo inicie la conversación. Se
remueve en la silla por la tardanza y toma la iniciativa.
─¿Tú
dirás?
─Será
mejor que no me ande con rodeos ─balbucea el joven─, Linh debe irse.
─¡Qué
casualidad! La segunda vez que lo escucho esta semana, y estoy de acuerdo ─calla
un instante─. ¿Crees que podrá viajar?
─Bueno,
sus constantes son normales y las magulladuras han mejorado. Pero ese ojo me
preocupa, Róan. Espero que no sea tarde…
─Todo
saldrá bien ─se sirve otra taza de té. Desvía la mirada hacia la ventana que da
a la calle─. ¿Te he dicho alguna vez cómo la conocí?
─Vaya,
si vas a contar algo personal, ¡qué honor!
Róan
ignora el comentario. Se recoloca en el asiento y comienza el relato.
─Hace
unos años, me enviaron de corresponsal a esta zona. Tenía que cubrir las revueltas
de estudiantes, ¿lo recuerdas? ─el joven asiente─. Serán unos meses, me dijeron,
y ya va para tres años ─alza las cejas─. Cuando todo se calmó, pensé hacer turismo.
Había ahorrado algo de dinero…
─Y
empezaste por el noroeste, ¿Sapa, quizá? No pongas esa cara de sorpresa, todos hacéis
lo mismo.
─Conseguí
un vehículo a buen precio y me largué del bullicio de la ciudad. Cogí la
cámara, algo de ropa y mi portátil. Y dos bidones repletos de combustible.
Después de unas horas por aquella carretera, empecé a encontrarme mal.
─Mareo,
confusión, taquicardia, respiración acelerada,…¡tenías una deshidratación de
libro!
─Pues
sí, me olvidé de coger suficiente agua.
─Todos
hacéis lo mismo.
─¿Dónde
están tus modales educados de oriental?
─Los
dejé en tu país. Pero por favor, continúa ─dice con retintín.
─Paré
en un lateral. Al bajarme, la cabeza me daba vueltas. Me dejé caer lentamente
en el suelo. Me pareció oír una voz infantil detrás. No sé qué dijo. Me
desmayé. Y al recuperarme, vi una carita que sonreía. Me recordó a…
─Muriel.
─¿Y
qué tiene que ver ella con todo esto?
─No
me engañas, Róan. Crees que si ayudas a Linh pagas tus errores pero te equivocas.
─¡Maldita
sea! Sí, fui un padre de mierda ─levanta la voz. Su amigo guarda silencio. El
pelirrojo se calma─. Aquella misma tarde, mientras el sol desaparecía entre los
arrozales, Linh se sentó a mi lado. ¿Has visto alguna vez el mar? preguntó de pronto. Cuando cumpla los doce
será mi regalo, añadió. En un inglés perfecto ─Róan limpia sus mejillas─. Me
sorprendió el desparpajo y sus ganas de conocer otros lugares. Me quedé un
tiempo con ella y su familia. Nunca la olvidé.
─Lamento
mi brusquedad, Róan.
─Tengo
que marcharme. Hay mucho que organizar ─se levanta con prisa─. Volveré al
anochecer. Cuida de ella ─camina hacia la puerta pero el joven llama su
atención.
─Hoy
no tengo pacientes y prefiero que salgas por detrás ─se despiden con un apretón
de manos─. Ten cuidado.
La
ciudad está en silencio. Ya no hay tráfico ni peatones por las aceras. La actividad
ha cesado al caer la noche. Róan se retrasa. Un murmullo en la parte trasera alerta al joven. Se acerca en silencio y
escucha.
─¿Róan?
─llama en voz baja.
Unos
toques suaves responden. Abre unos centímetros. El joven arruga el entrecejo.
─¿Nos
dejas entrar? ─empuja y permite el acceso a su acompañante. Una mujer, con
traje de chaqueta gris y el pelo recogido en un moño, permanece junto al
pelirrojo─. ¿Está despierta?
─Lleva
toda la tarde preguntando.
Acompaña
a la mujer hasta la muchacha. Esta, sonríe y extiende sus manos. Él, las
estrecha con afecto.
─Linh,
ella es una amiga. Ha venido para ayudarte ─mira a la mujer─. Mientras hacéis
las presentaciones, salgo un momento.
Busca
al joven, le agarra por el codo y lo lleva en volandas hasta la salita de
espera.
─¿Pero
a ti qué te pasa?
─No
me gusta que traigas a la policía y menos sin mi permiso. A veces, no te
entiendo…
─Escucha
con atención porque lo diré solo una vez ─dice con calma─. Cuando Muriel me
pidió ayuda para un colega de la universidad, acepté sin hacer preguntas. Solo
debía recoger los envíos y llevarlos a una dirección. Entonces, ni te conocía.
Y con el tiempo me di cuenta de que eras de confianza, un amigo. El hermano que
nunca tuve. Y jamás, me oyes, jamás te pondría en peligro. ¿Puedes confiar en
mí?
─Te
esperan, Róan ─el joven se da la vuelta.
El
pelirrojo recorre el espacio en tres zancadas. El tiempo apremia.
─Linh
quiere contarnos algo.
─Perfecto
─busca entre sus pertenencias y saca una grabadora de mano─. Ya sé que es una
antigualla pero nunca me ha dejado tirado ─se acerca a Linh─. Todo preparado.
─Siempre
quise conocer el mar ─la mujer clava las pupilas en Róan y este, hace un gesto con
la mano─ pero mamá nunca tenía tiempo para llevarme. Yo insistía. Hay mucho
trabajo, me decía. Cuando cumplí los once, pregunté otra vez. Hasta el abuelo
habló con ella. Está bien, iremos el año próximo por tu cumpleaños, me
prometió. Ese día llegó pero no fuimos al mar. A la semana siguiente, mientras
dormían, me escapé.
─¿Tú
sola? ─pregunta la mujer con asombro.
─Tenía
que llegar a la ciudad y allí coger un tren.
─¿Y
el dinero?
─Conseguí
reunir lo justo con la venta en el mercado ─parece molesta por tanta interrupción─.
Había recorrido algunos kilómetros cuando oí un coche. Era una pareja de
turistas de la edad del abuelo. Me dejaron en la ciudad.
─¿No
te daba miedo? No sé, viajar sola es peligroso, Linh.
─Ahora
lo sé. Pero ¿alguna vez has tenido un sueño y haces lo imposible por
conseguirlo?
─Chica
lista ─susurra el pelirrojo.
─Era
tarde, casi oscurecía. Intenté llegar a la estación y pasar la noche allí. Me
perdí. Me senté a descansar junto a una puerta roja con tejadillo ─la mujer
intercambia una mirada con Róan─. Después de comerme la última torta de arroz,
me dormí. Me asusté cuando alguien abrió la puerta. Un hombre salía de la casa.
La chica que estaba con él, me ayudó a ponerme en pie y me invitó a pasar. Habló
con una señora que me miraba de una forma extraña. Esa noche me quedé con la
chica, en su habitación.
Linh
hace una pausa. Bebe unos sorbos de agua. En su rostro aparecen muestras de
cansancio.
─Podemos
parar un rato ─sugiere la mujer.
─No,
prefiero contarlo ahora ─dice con firmeza─. Por la mañana, después de tomar una
taza de té y algo de comer, me despedí de la chica. Pero al llegar a la puerta,
la mujer mayor me impidió salir. Me empujó hasta una habitación en donde
esperaban dos hombres. Aquí tienes que pagar como todas, me grito al cerrar. Me
quedé quieta en el centro. Uno estaba sentado en una cama. El otro, en un
sillón a mi espalda, cerca de la puerta ─su cuerpo se tensa─. El de la cama
parecía extranjero. Acércate, me dijo. No me moví. Oía risas detrás de mí. Se
levantó y tiró de mi brazo. Se quitó la ropa de cintura para abajo. Es muy
suave, añadió mientras acercaba mi mano a su entrepierna ─balbucea entre
sollozos─. Estaba paralizada. Aguanté las nauseas. De pronto, agarró mi pelo
por la nuca y empujo hacia él. Cerré los ojos. Sentí su carne en mis labios. Y
entonces, abrí la boca y le clavé los dientes ─el pelirrojo y la mujer dan un
respingo─. El extranjero aullaba de dolor. Tenía las manos llenas de sangre. Avancé
hasta la puerta. Pero un golpe en la cara me detuvo. Caí al suelo. ¡Maldita
puta! te voy a enseñar modales, gritó el hombre del sillón mientras me pateaba
─Linh se balancea con la mirada ausente─. Todo pasó muy rápido. La mujer mayor
entró en la habitación. Comenzó a discutir con el del sillón. Ví el pasillo y
me deslicé hasta él. Unas manos me alzaron. Corre y no te pares, me susurró al
oído. Conseguí llegar a la calle, entre tumbos y arrastrando los pies. Y ahora,
¿izquierda o derecha? No podía pensar. Y en ese momento, surgió una voz en mi
cabeza. Izquierda. Recorrí unos metros y todo se volvió oscuro. Mi último
recuerdo fue una voz familiar que decía mi nombre.
Linh
ha parado de moverse. El silencio inunda la estancia. Parece un cuarto sin
vida. Después de unos segundos, el pelirrojo saca la cinta de la grabadora.
─Te
hará falta ─se la entrega a la mujer.
Ella
se levanta, se aparta unos metros y espera. Róan se acerca. La mujer busca un
sobre en su bolso.
─Aquí
está lo necesario para su viaje ─se gira hacia la muchacha─. Gracias por
contarlo, has sido muy valiente.
─Me
olvidaba, mi joven amigo tiene algo para ti ─sonríe─. Ten paciencia con él.
─Somos
viejos conocidos ─murmura─. ¿Te veré pronto?
─Por
supuesto.
El
pelirrojo se sienta junto a la muchacha. Coge sus manos.
─Es
tarde, debemos marcharnos.
─¿Dónde
vamos?
─Recuerdas
que te hablé de mi país...
─Y
de tu hija ─añade la muchacha.
─Cierto
─confiesa el pelirrojo─. Ella está deseando conocerte.
─¿Y
el abuelo y mamá?
─Me
han pedido que te lleve lejos. Te echan de menos. Solo quieren lo mejor para
ti.
─Pero
no me parece bien irme sin ellos.
─¿Te
he contado alguna vez, que desde la casa de Muriel, se ve el mar?
─¿El
mar? ─la muchacha reacciona con sorpresa─. ¿Y podré ir todos los días?
─Solo
se tarda un minuto.
Linh
lo abraza con su sonrisa de costumbre.