domingo, 26 de febrero de 2017

Sueños de mar

Sobre una colchoneta descolorida y rota, encima de una tarima de madera a unos centímetros del suelo, descansa una muchacha de unos doce años. Es lo más parecido a una cama que existe allí. Separa los párpados, aunque el izquierdo casi ni se mueve. Pasa la lengua por los labios. Apoya las manos e intenta incorporarse. Sus brazos, sin fuerza, se doblan. Y cae. Consigue emitir un sonido que parece más un ronroneo que una pedida de auxilio. Gira la cabeza con una mueca de dolor. Alarga la mano hasta un hombre pelirrojo que dormita en un sillón y toca su rodilla. Este se levanta de un salto y empuja el asiento contra la pared.
─¡Me he dormido! ─mira el reloj y suelta un bufido. Apenas ha descansado en condiciones en los últimos días─. ¿Qué pasa, Linh? ─ella levanta su índice hacia un botellín de agua.
Se oyen pasos y unos golpes en la puerta. Aparece un joven de ojos rasgados, pelo negro y liso, ataviado con ropa blanca. Inclina la cabeza a modo de saludo. Se acerca a la muchacha y toca su frente. Después rodea su muñeca durante un minuto. Hace una seña al pelirrojo. Al salir echa un vistazo a la cama. La muchacha duerme de nuevo.
Se dirigen a una salita ahora vacía de pacientes. Se acomodan alrededor de una mesa baja. En el centro, una bandeja con dos tazas de porcelana y una tetera humeante a juego. El pelirrojo espera a que su amigo inicie la conversación. Se remueve en la silla por la tardanza y toma la iniciativa.
─¿Tú dirás?
─Será mejor que no me ande con rodeos ─balbucea el joven─, Linh debe irse.
─¡Qué casualidad! La segunda vez que lo escucho esta semana, y estoy de acuerdo ─calla un instante─. ¿Crees que podrá viajar?
─Bueno, sus constantes son normales y las magulladuras han mejorado. Pero ese ojo me preocupa, Róan. Espero que no sea tarde…
─Todo saldrá bien ─se sirve otra taza de té. Desvía la mirada hacia la ventana que da a la calle─. ¿Te he dicho alguna vez cómo la conocí?
─Vaya, si vas a contar algo personal, ¡qué honor!


Róan ignora el comentario. Se recoloca en el asiento y comienza el relato.
─Hace unos años, me enviaron de corresponsal a esta zona. Tenía que cubrir las revueltas de estudiantes, ¿lo recuerdas? ─el joven asiente─. Serán unos meses, me dijeron, y ya va para tres años ─alza las cejas─. Cuando todo se calmó, pensé hacer turismo. Había ahorrado algo de dinero…
─Y empezaste por el noroeste, ¿Sapa, quizá? No pongas esa cara de sorpresa, todos hacéis lo mismo.
─Conseguí un vehículo a buen precio y me largué del bullicio de la ciudad. Cogí la cámara, algo de ropa y mi portátil. Y dos bidones repletos de combustible. Después de unas horas por aquella carretera, empecé a encontrarme mal.
─Mareo, confusión, taquicardia, respiración acelerada,…¡tenías una deshidratación de libro!
─Pues sí, me olvidé de coger suficiente agua.
─Todos hacéis lo mismo.
─¿Dónde están tus modales educados de oriental?
─Los dejé en tu país. Pero por favor, continúa ─dice con retintín.
─Paré en un lateral. Al bajarme, la cabeza me daba vueltas. Me dejé caer lentamente en el suelo. Me pareció oír una voz infantil detrás. No sé qué dijo. Me desmayé. Y al recuperarme, vi una carita que sonreía. Me recordó a…
─Muriel.
─¿Y qué tiene que ver ella con todo esto?
─No me engañas, Róan. Crees que si ayudas a Linh pagas tus errores pero te equivocas.
─¡Maldita sea! Sí, fui un padre de mierda ─levanta la voz. Su amigo guarda silencio. El pelirrojo se calma─. Aquella misma tarde, mientras el sol desaparecía entre los arrozales, Linh se sentó a mi lado. ¿Has visto alguna vez el mar?  preguntó de pronto. Cuando cumpla los doce será mi regalo, añadió. En un inglés perfecto ─Róan limpia sus mejillas─. Me sorprendió el desparpajo y sus ganas de conocer otros lugares. Me quedé un tiempo con ella y su familia. Nunca la olvidé.
─Lamento mi brusquedad, Róan.
─Tengo que marcharme. Hay mucho que organizar ─se levanta con prisa─. Volveré al anochecer. Cuida de ella ─camina hacia la puerta pero el joven llama su atención.
─Hoy no tengo pacientes y prefiero que salgas por detrás ─se despiden con un apretón de manos─. Ten cuidado.
La ciudad está en silencio. Ya no hay tráfico ni peatones por las aceras. La actividad ha cesado al caer la noche. Róan se retrasa. Un murmullo en la parte trasera  alerta al joven. Se acerca en silencio y escucha.
─¿Róan? ─llama en voz baja.
Unos toques suaves responden. Abre unos centímetros. El joven arruga el entrecejo.
─¿Nos dejas entrar? ─empuja y permite el acceso a su acompañante. Una mujer, con traje de chaqueta gris y el pelo recogido en un moño, permanece junto al pelirrojo─. ¿Está despierta?
─Lleva toda la tarde preguntando.
Acompaña a la mujer hasta la muchacha. Esta, sonríe y extiende sus manos. Él, las estrecha con afecto.
─Linh, ella es una amiga. Ha venido para ayudarte ─mira a la mujer─. Mientras hacéis las presentaciones, salgo un momento.
Busca al joven, le agarra por el codo y lo lleva en volandas hasta la salita de espera.
─¿Pero a ti qué te pasa?
─No me gusta que traigas a la policía y menos sin mi permiso. A veces, no te entiendo…
─Escucha con atención porque lo diré solo una vez ─dice con calma─. Cuando Muriel me pidió ayuda para un colega de la universidad, acepté sin hacer preguntas. Solo debía recoger los envíos y llevarlos a una dirección. Entonces, ni te conocía. Y con el tiempo me di cuenta de que eras de confianza, un amigo. El hermano que nunca tuve. Y jamás, me oyes, jamás te pondría en peligro. ¿Puedes confiar en mí?
─Te esperan, Róan ─el joven se da la vuelta.
El pelirrojo recorre el espacio en tres zancadas. El tiempo apremia.
─Linh quiere contarnos algo.
─Perfecto ─busca entre sus pertenencias y saca una grabadora de mano─. Ya sé que es una antigualla pero nunca me ha dejado tirado ─se acerca a Linh─. Todo preparado.


─Siempre quise conocer el mar ─la mujer clava las pupilas en Róan y este, hace un gesto con la mano─ pero mamá nunca tenía tiempo para llevarme. Yo insistía. Hay mucho trabajo, me decía. Cuando cumplí los once, pregunté otra vez. Hasta el abuelo habló con ella. Está bien, iremos el año próximo por tu cumpleaños, me prometió. Ese día llegó pero no fuimos al mar. A la semana siguiente, mientras dormían, me escapé.
─¿Tú sola? ─pregunta la mujer con asombro.
─Tenía que llegar a la ciudad y allí coger un tren.
─¿Y el dinero?
─Conseguí reunir lo justo con la venta en el mercado ─parece molesta por tanta interrupción─. Había recorrido algunos kilómetros cuando oí un coche. Era una pareja de turistas de la edad del abuelo. Me dejaron en la ciudad.
─¿No te daba miedo? No sé, viajar sola es peligroso, Linh.
─Ahora lo sé. Pero ¿alguna vez has tenido un sueño y haces lo imposible por conseguirlo?
─Chica lista ─susurra el pelirrojo.
─Era tarde, casi oscurecía. Intenté llegar a la estación y pasar la noche allí. Me perdí. Me senté a descansar junto a una puerta roja con tejadillo ─la mujer intercambia una mirada con Róan─. Después de comerme la última torta de arroz, me dormí. Me asusté cuando alguien abrió la puerta. Un hombre salía de la casa. La chica que estaba con él, me ayudó a ponerme en pie y me invitó a pasar. Habló con una señora que me miraba de una forma extraña. Esa noche me quedé con la chica, en su habitación. 
Linh hace una pausa. Bebe unos sorbos de agua. En su rostro aparecen muestras de cansancio.
─Podemos parar un rato ─sugiere la mujer.
─No, prefiero contarlo ahora ─dice con firmeza─. Por la mañana, después de tomar una taza de té y algo de comer, me despedí de la chica. Pero al llegar a la puerta, la mujer mayor me impidió salir. Me empujó hasta una habitación en donde esperaban dos hombres. Aquí tienes que pagar como todas, me grito al cerrar. Me quedé quieta en el centro. Uno estaba sentado en una cama. El otro, en un sillón a mi espalda, cerca de la puerta ─su cuerpo se tensa─. El de la cama parecía extranjero. Acércate, me dijo. No me moví. Oía risas detrás de mí. Se levantó y tiró de mi brazo. Se quitó la ropa de cintura para abajo. Es muy suave, añadió mientras acercaba mi mano a su entrepierna ─balbucea entre sollozos─. Estaba paralizada. Aguanté las nauseas. De pronto, agarró mi pelo por la nuca y empujo hacia él. Cerré los ojos. Sentí su carne en mis labios. Y entonces, abrí la boca y le clavé los dientes ─el pelirrojo y la mujer dan un respingo─. El extranjero aullaba de dolor. Tenía las manos llenas de sangre. Avancé hasta la puerta. Pero un golpe en la cara me detuvo. Caí al suelo. ¡Maldita puta! te voy a enseñar modales, gritó el hombre del sillón mientras me pateaba ─Linh se balancea con la mirada ausente─. Todo pasó muy rápido. La mujer mayor entró en la habitación. Comenzó a discutir con el del sillón. Ví el pasillo y me deslicé hasta él. Unas manos me alzaron. Corre y no te pares, me susurró al oído. Conseguí llegar a la calle, entre tumbos y arrastrando los pies. Y ahora, ¿izquierda o derecha? No podía pensar. Y en ese momento, surgió una voz en mi cabeza. Izquierda. Recorrí unos metros y todo se volvió oscuro. Mi último recuerdo fue una voz familiar que decía mi nombre.
Linh ha parado de moverse. El silencio inunda la estancia. Parece un cuarto sin vida. Después de unos segundos, el pelirrojo saca la cinta de la grabadora.
─Te hará falta ─se la entrega a la mujer.
Ella se levanta, se aparta unos metros y espera. Róan se acerca. La mujer busca un sobre en su bolso.
─Aquí está lo necesario para su viaje ─se gira hacia la muchacha─. Gracias por contarlo, has sido muy valiente.
─Me olvidaba, mi joven amigo tiene algo para ti ─sonríe─. Ten paciencia con él.
─Somos viejos conocidos ─murmura─. ¿Te veré pronto?
─Por supuesto.


El pelirrojo se sienta junto a la muchacha. Coge sus manos.
─Es tarde, debemos marcharnos.
─¿Dónde vamos?
─Recuerdas que te hablé de mi país...
─Y de tu hija ─añade la muchacha.
─Cierto ─confiesa el pelirrojo─. Ella está deseando conocerte.
─¿Y el abuelo y mamá?
─Me han pedido que te lleve lejos. Te echan de menos. Solo quieren lo mejor para ti.
─Pero no me parece bien irme sin ellos.
─¿Te he contado alguna vez, que desde la casa de Muriel, se ve el mar?
─¿El mar? ─la muchacha reacciona con sorpresa─. ¿Y podré ir todos los días?
─Solo se tarda un minuto.
Linh lo abraza con su sonrisa de costumbre.

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