viernes, 30 de octubre de 2015

El visitante



Eli disfruta los últimos rayos de sol antes de desaparecer tras la colina de Crow Peak. A su lado, el Señor Nelson dormita en el poyete de la ventana. Hoy es Halloween. Aunque para Eli ya no es importante. No desde el incendio.
En apenas unos minutos, escuchará un griterío infantil con el característico “truco o trato” o lo que es lo mismo, “dulce o travesura”. Un constante abrir y cerrar de puertas inundará todo el vecindario.
Se oyen unos golpes en la entrada. Eli enarca las cejas. El Señor Nelson, con las orejas tiesas y sus ojos color miel, lanza bufidos en todas direcciones. Eli se acerca y abre con cautela. Encuentra a un muchacho, algo mayor que ella, que la recibe con una leve sonrisa.
─Estoy buscando a Eli.
─¿Qué quieres? ─su tono es cortante. Hace mucho que no recibe visitas.
─Me llamo Tom. No soy de por aquí ─aclara el chico─. Llevo vagando de acá para allá…demasiado tiempo que ya ni me acuerdo. ¿Puedo pasar?
Mientras Eli se aparta a un lado, el Señor Nelson vuelve a su sitio de costumbre.
─Tienes una casa muy original, Eli. Tal vez necesite algunos arreglos, pero me gusta.
La niña se desliza inquieta de un lado a otro, mirando de reojo a Tom. Su cara, por la sorpresa, lo dice todo.
─Creo que te debo una explicación ─apunta Tom acomodándose en un sillón ennegrecido─. Hace unos días escuché una conversación un tanto extraña. Dos mujeres comentaban un suceso ocurrido hace años en este condado. Y por casualidad surgió tu nombre. Por sus palabras, creí que te vendría bien un amigo.
─¡Ya tengo al Señor Nelson!
El jaleo de los chiquillos interrumpe la conversación. Eli se detiene y, con la mirada clavada en el suelo, se sienta frente a Tom. De pronto, el muchacho da un respingo.
─¿Quieres que vayamos a pedir “truco o trato” por las casas? ─pregunta con cierta picardía como si pensara más en trucos que en tratos.
Eli levanta las comisuras de los labios.
─¿Harías eso por mí?
─¡Por supuesto! Ahora somos amigos.
─Pero ¿¡no vamos disfrazados!?
─Te aseguro, Eli, que seremos la envidia del condado ─Tom ríe con ganas.
Durante una hora recorren las calles sin dejar un solo timbre al que llamar. Tal vez, la falta de visión en unos y lo inesperado en otros es de gran ayuda para llenar sus bolsillos de golosinas. Eli es feliz de nuevo.
Después de la diversión y de regreso a casa, la niña se detiene frente a un escaparate. En su interior, se muestra un surtido de pasteles típicos de esas fechas. Pero a Eli no le importan los dulces. Se gira hacia Tom.
─¿Sabes qué echo de menos? ─el muchacho la observa con afecto─, mirarme al espejo como cada mañana antes del incendio. Recuerdo a mi madre, al irme al colegio, despedirse de mí con un beso y un “estás preciosa, mi niña”.
Tom coge su mano con suavidad.
─Tú siempre serás preciosa, Eli.