Eli
disfruta los últimos rayos de sol antes de desaparecer tras la colina de Crow
Peak. A su lado, el Señor Nelson dormita en el poyete de la ventana. Hoy es
Halloween. Aunque para Eli ya no es importante. No desde el incendio.
En
apenas unos minutos, escuchará un griterío infantil con el característico
“truco o trato” o lo que es lo mismo, “dulce o travesura”. Un constante abrir y
cerrar de puertas inundará todo el vecindario.
Se oyen unos golpes en la entrada. Eli enarca las cejas. El Señor Nelson, con las orejas tiesas y sus ojos color miel, lanza bufidos en todas direcciones. Eli se
acerca y abre con cautela. Encuentra a un muchacho, algo mayor que
ella, que la recibe con una leve sonrisa.
─Estoy
buscando a Eli.
─¿Qué
quieres? ─su tono es cortante. Hace mucho que no recibe visitas.
─Me
llamo Tom. No soy de por aquí ─aclara el chico─. Llevo vagando de acá para
allá…demasiado tiempo que ya ni me acuerdo. ¿Puedo pasar?
Mientras
Eli se aparta a un lado, el Señor Nelson vuelve a su sitio de costumbre.
─Tienes
una casa muy original, Eli. Tal vez necesite algunos arreglos, pero me gusta.
La
niña se desliza inquieta de un lado a otro, mirando de reojo a Tom. Su cara, por la sorpresa, lo dice todo.
─Creo
que te debo una explicación ─apunta Tom acomodándose en un sillón ennegrecido─.
Hace unos días escuché una conversación un tanto extraña. Dos mujeres
comentaban un suceso ocurrido hace años en este condado. Y por casualidad
surgió tu nombre. Por sus palabras, creí que te vendría bien un amigo.
─¡Ya
tengo al Señor Nelson!
El
jaleo de los chiquillos interrumpe la conversación. Eli se detiene y, con la mirada clavada en el suelo, se sienta frente a Tom. De pronto, el muchacho da
un respingo.
─¿Quieres
que vayamos a pedir “truco o trato” por las casas? ─pregunta con cierta
picardía como si pensara más en trucos que en tratos.
Eli levanta las comisuras de los labios.
─¿Harías
eso por mí?
─¡Por
supuesto! Ahora somos amigos.
─Pero
¿¡no vamos disfrazados!?
─Te aseguro,
Eli, que seremos la envidia del condado ─Tom ríe con ganas.
Durante
una hora recorren las calles sin dejar un solo timbre al que llamar. Tal vez,
la falta de visión en unos y lo inesperado en otros es de gran
ayuda para llenar sus bolsillos de golosinas. Eli es feliz de nuevo.
Después
de la diversión y de regreso a casa, la niña se detiene frente a un escaparate.
En su interior, se muestra un surtido de pasteles típicos de esas fechas. Pero a Eli no le importan los dulces. Se gira hacia Tom.
─¿Sabes
qué echo de menos? ─el muchacho la observa con afecto─, mirarme al espejo como
cada mañana antes del incendio. Recuerdo a mi madre, al irme al colegio,
despedirse de mí con un beso y un “estás preciosa, mi niña”.
Tom
coge su mano con suavidad.
─Tú siempre
serás preciosa, Eli.