sábado, 2 de mayo de 2015

Destino en blanco

Elia apaga el despertador de un manotazo. Busca con impaciencia las zapatillas lanzadas, la noche anterior, a cualquier rincón del cuarto. Arruga la nariz y baja las cejas. Su trabajo le parece una pesadez. La compañera dice que es solo un trabajo. Pero ella quiere emoción. Que la vida tenga una pizca de aventura con sorpresas y misterio. Y no limpiar y colocar libros en una estantería. Historias apiladas, cubiertas de polvo. Niega con la cabeza al pensar en ello.
Llega temprano. Abre con cuidado la puerta de la sala trece. Quizá haya algún cambio desde ayer, dice en voz baja. Los libros siguen en la vieja mesa de castaño en modo de espera. Comienza la tarea. Sitúa la escalerilla en el lugar adecuado y coge un grupo de tres. Los desempolva con esmero y sujeta, con una mano, avanza por los peldaños. Tras colocarlos en su sitio le parece escuchar algo. Parece una llamada. Se para y observa la mesa con atención.  Se lleva las manos a la cabeza con un ademán de asombro.

Sube la escalera de nuevo. Oye un crujido. El peldaño de apoyo se rompe. Los libros vuelan como las mazas de una gimnasta rítmica. Uno cae en la mesa abierto por la página cincuenta y nueve. Se sienta y empieza a leer “…la mujer consigue rescatar los archivos a tiempo. Sabe que la persiguen pero está preparada”. Pasa con prisa la hoja. En el medio de la página, solo aparece una línea escrita, ¿Elia, estás preparada? Un susurro de palabras la envuelve como si de un hechizo se tratara. Lee de nuevo. Al fin contesta, sí.
Elia espera paciente al sicario. Al verle, acelera su vehículo y le lanza contra la acera. No mira atrás. Sonríe con picardía. La aventura comienza. 

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