lunes, 11 de mayo de 2015

Gas

El día de su nacimiento no hubo fiesta ni fanfarria. Tampoco enhorabuenas ni bienvenidas. No hubo saludos ni abrazos. El día que nació Gas fue como otro cualquiera. Uno más en el calendario. Tan sólo su paso por la sala de montaje, la de pruebas y el transporte al salón de exposición. Sin más.


Comenzó a deslizar las ruedas con suavidad por el suelo. Parecía practicar el derrape en pista. Su faro con una intermitencia de apagado y encendido, igual que un parpadeo con ritmo. Los espejos retrovisores iniciaron un juego semejante al escondite. Ahora me veo ahora no, ahora de frente ahora de lado. El depósito emitió un sonido de desagüe vacío, un glu glu glu de lástima. Dio un leve salto.
─¡Quieres dejar de hacer el chorra! Me ponen de las bujías estas novatas…
Gas notó una vibración molesta. Cesó su movimiento y permaneció quieta.
El aburrimiento se instaló en la sala. El vendedor, miró el reloj. Hora de cerrar, dijo con indiferencia. Apagó las luces y se marchó.
─¡Por fin! Creía que no se iría ¿Y tú de qué vas, novata?
Gas giró su faro sorprendida.
─¿Me ruges a mí?
─No, a la CBR del fondo, no te gripa ésta. Pero, ¿a ti te han instalado circuitos normales?
─Siempre tan amable. Eres única para animar a las nuevas.
─No te metas en esta vuelta que no tienes invitación. Más te valdría ponerte un carenado y no enseñar los interiores por ahí.
Naked dejó de rugir y se desconectó. 
─¡Te has pasado tres curvas, Crossrunner!
─¿Qué yo me he pasado? Y esta máquina tonta ¿qué?
Gas empezaba a notar chispas en sus circuitos.
─No sé qué clase de aceite usas pero, yo que tú, cambiaría de marca.
Las bujías de Crossover empezaron a chisporrotear.
─¡Vale ya de rugidos y acelerones! Motores desconectados en tres, dos, uno.
El salón se quedó en calma. Sólo se oía un leve rugido acompasado de CBR.


A la mañana siguiente, el traqueteo de la persiana al subir, sacó a las máquinas de su modo en espera. Ninguna se accionó. Se abrió la puerta. Una joven, de gesto amable, miró a su alrededor.
─¿En qué puedo atenderla, señorita?
─Busco un regalo para…alguien especial.
Los retrovisores se volvieron hacia la muchacha. La agitación de faros no se hizo esperar. Todos, al unísono, seguían los pasos de la chica como si de un baile lento se tratara.
─¡Vaya, me encanta ésta! Sobre todo el color. ¡Va a alucinar cuando la vea!
Gas no se atrevió a mover ni un engranaje. Tenía el motor a punto de estallar. La bobina empezaba a calentarse. Pero no había llegado el momento.
El encuentro con su futuro compañero de ruta estuvo lleno de saludos y felicitaciones. Sólo para él. Sin duda, ella era una máquina, nada más. De pronto giró sus espejos hacia el interior. Sus ruedas comenzaron a dar vueltas como un carrusel. El motor de arranque emitió un carraspeo entrecortado hasta que, al fin, arrancó. Unos cuantos acelerones con petardeo incluido fue su final de obra. Varios pares de ojos la miraron con asombro.
─¡La leche, tío, qué flipe! Vamos cuenta, ¿cómo lo has hecho?
─Sé lo mismo que tú. Quizá ella tenga más información.
Todas las miradas se dirigieron a la muchacha. Ella recorrió su boca con dos dedos en un ademán de silencio. Sonrió al recordar la conversación con el vendedor.
─Buena elección señorita. Es una máquina singular. Su creador ha empleado la tecnología más avanzada y novedosa del mercado. 
─Entonces, ¿será cara?
─No se preocupe por el precio. Aunque le parezca extraño no es importante para mí. Aquí sólo vendemos sensaciones. Es lo principal.
En ese momento, el último comentario la sorprendió. Ahora tenía sentido. Volvió a sonreír.


Aquel comportamiento autómata de Gas con el joven se transformó en poco tiempo en una comunicación de dos a dos. Si le quitaba el polvo del carenado daba ligeros botes contra el suelo. Al probar el funcionamiento de las luces, Gas, lanzaba varias ráfagas hacia él. El cambio de aceite, la revisión de bujías, motor, frenos, ruedas…se convertía en una efusión de rugidos y deslizamientos que activaba el ánimo del chico.  
─Eres grande, compañera ─le decía con golpecitos en el asiento.
Pero una tarde, de gafas de sol y ropa ligera, se convirtió en un afán por salir del atolladero. Decidió salir a rutear con Gas. Unas curvas por la carretera de la costa, pasar la tarde en compañía. Después de un tiempo de diversión, algo ocurrió. Gas notó un temblor raro en el manillar. La curva se aproximaba y los metros avanzaban a velocidad de vértigo. No había cambio de postura, ni movimientos en manos y pies. El punto de no retorno lo tenían a dos ruedas. No podía esperar más. Tomó el mando. Entró en la curva sin tiempo de frenada. La rueda posterior derrapó sin control invadiendo el arcén. La gravilla saltaba en todas direcciones como un abanico de fuegos artificiales. Las sacudidas bruscas lanzaban, de un lado a otro, a su compañero. El acantilado, a escasos centímetros de las ruedas, parecía invitarles a un salto mortal. Por fin consiguió algo de tracción y pudo enderezarse. El corazón del joven latía desbocado como el motor pasado de vueltas de Gas. Aminoraron la marcha y pararon en el mirador. Él bajó y se sentó junto a su máquina. Ella quieta, a su lado.
─Hemos estado cerca, ¿verdad?
Gas lanzó destellos desde su faro. En ese instante, el mar se tragó al sol.
Pasó una semana desde el percance. El abandono por parte de ella era evidente. Sus retrovisores hacia abajo, las ruedas inmóviles y con perdida de presión, su faro empolvado y sin brillo, su motor en silencio.
En la tarde del octavo día, unos pasos amigos se acercaban a la posición de Gas.
─¿Me has echado de menos? ─le preguntó con su saludo especial sobre el asiento.
Giró los espejos hacia él. En su faro apareció un tenue resplandor.
─No tenemos buen día, por lo que veo. ¿Damos una vuelta por la playa?

Fueron hasta el faro, junto al rompeolas. La tarde no invitaba a pasear. Él permaneció en el asiento.
─No podemos seguir rodando juntos. Lo del otro día es serio. Sé que de alguna forma, desconocida para mí, me entiendes.
Gas giró los retrovisores hacia él. Los espejos quedaron empañados al momento.
─He hablado con un amigo. Le gustaría ser tu nuevo compañero. Tú decides.
Unas gotas de condensación resbalaron por los cristales en caída libre hasta el suelo. Gas no mostraba síntomas de actividad.
─¡Maldita sea! No debes rendirte. A ti te han creado para dar gas.
Aquel nombre fue pura magia para sus circuitos. Sacudió la humedad con giros rápidos. Su faro lucía con intensidad, parecía competir con el situado a pocos metros. Después de una semana sin hacerlo Gas volvió a elevar sus retrovisores hacia el horizonte.

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