Quisiera
tener una respuesta. Una real, la que se ajuste a la verdad. Y no la que
sueltas a alguien que la hace sin interés, para salir del paso. Y respondes de
igual forma. Pero insisten y vuelven a la carga y me oigo decir, escribo porque
sí. Aunque, de vez en cuando, das con personas que entienden el porqué. Quizá
ellas comparten la misma afición o saben que disfrutas haciéndolo.
Siempre
me ha encantando leer. Recuerdo uno de mis primeros libros. Las aventuras de
Pipi Calzaslargas. Una niña con una imaginación desbordante que vivía con su
caballo de lunares y su mono tití. Hacía cosas un tanto peculiares pero muy
divertidas. Aún lo conservo.
Luego
llegó la adolescencia y con ella la revolución. La mejor herramienta que tenía
a mano era la escritura. Escribir todo. Ideas, pensamientos, desacuerdos, inconformismos,
cambios de ánimo, todo. No eran historias pero podrían haber formado parte de
una. No lo guardé y se perdieron en el tiempo. Sólo quedaron algunas. Las
reunidas en un diario que guardaba bajo
siete llaves y creía a salvo de miradas indiscretas. Y me equivoqué.
Después
la vida se complica. Estudios, familia, trabajo… y la escritura se quedó en
segundo plano. No me olvidaba pero las horas del día se agotaban y ahí estaba,
en espera.
Tuve
momentos en que acudí a ella. Esos necesarios para liberarme de la monotonía
diaria. Aquellos en los que hablar no solucionaba y pensar menos todavía. Y
escribía. En hojas en blanco, en una libreta, en un trozo de papel o en la pared
si hubiera sido preciso. Pero no me decidía a crear algo serio. Con personajes,
escenarios y conflictos. Me sentía incapaz de narrar una historia, un cuento o
un relato. Me engañaba con disculpas del estilo… es difícil o no tengo tiempo.
Y
los días se convirtieron en meses e incluso años. Y al fin llegó el momento. El
mío. Ese en que me olvidé de excusas absurdas y me senté frente a una pantalla
blanca de ordenador y comencé a escribir. Me asustaba, no lo voy a negar, pero
fui a por todas. Sin saber pero con imaginación y un firme propósito, llegar
hasta el final. Y salió un cuento. Uno de buenos y malos. Me veía narrándolo
delante de un grupo de críos de corta edad, con gestos de manos y pies y voces
diferentes para cada personaje. Me divertí tanto que quise más. Pero antes
debía aprender, al menos lo básico. La
búsqueda no fue fácil. Hasta que un día vi
algo que me llamó la atención. Era más de lo que esperaba pero me atreví
y en ello sigo. Casi al final pero encantada. Ahora no puedo parar.
Si alguien me preguntara en este instante, ¿por qué escribo? Tengo la respuesta real, la de verdad. Escribo porque tengo historias que contar y quiero hacerlo. Porque lo llevo dentro y forma parte de mí. Y seguir es la única opción que necesito.
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