miércoles, 10 de enero de 2018

Ártico



El taxi se detiene cerca del edificio. Todavía queda una hora hasta su intervención. Camina los últimos metros, sin prisa. Pero al entrar nota un nudo en el estómago como si la devorara por dentro. Se para un momento y respira. Es tu oportunidad, Amanda, se anima. Levanta la vista y descubre una pequeña estancia aledaña a la Gran Sala. Busca el móvil y envía un mensaje. Por fin, se acomoda en un sillón. Poco a poco los latidos en su pecho se relajan. Durante unos segundos revisa las hojas manuscritas que tiene sobre el regazo. La carta con letra infantil, le recuerda aquella mañana cuando todo comenzó.
Un gruñido recorrió la estancia. Amanda echó un vistazo pero se dio la vuelta. Solo cinco minutos, Natuk, murmuró somnolienta. No hubo tregua. Al momento el cuarto se inundó de sonidos malhumorados, como si una familia de osos rodeara su cama. Y es que la habitación de Amanda parecía una escena sacada de un documental de National Geographic.
Fue su madre, que para su quinto cumpleaños, decidió cambiar el cuarto de la niña. Todo recordaba a la región boreal. Su preferida. Sábanas, edredón, colcha y hasta las cortinas lucían bellos estampados norteños. Y el punto clave, lo puso el abuelo. Encargó un mural para cubrir la pared frente a la cama. Una imagen llena de ternura y con aires propios de la zona. La madre blanca, con sus cachorros en la espalda, se deslizaba por un montículo de hielo. Cuando aquella tarde Amanda llegó del colegio, corrió hacia su habitación. Al empujar la puerta, su cara lo decía todo. Se aproximó al mural, ¡bienvenida, Natuk! saludó como si se conocieran desde siempre.
De un manotazo desconectó los gruñidos horarios. Con los ojos entornados, inició el baile de pies hasta encontrar las zapatillas. Mandy, apresúrate, se escuchó desde la cocina.
─¡Hola mami!
─Venga, siéntate, que el autobús no espera.
Miró su tazón de cereales. Sacó la punta de la lengua y lamió suavemente sus labios. En la radio oyó un soniquete familiar…Son las ocho. Y ahora unos minutos con las últimas noticias…Amanda acostumbraba a desayunar con la radio, la compañera matinal de su madre. De pronto soltó la cuchara. Unas gotas de leche salpicaron la mesa.
─Todavía estás así, vamos hija, acaba de una vez.
─Mamá, ¿qué es el calentamiento global?
─Pero, cariño, no son horas para estas preguntas…
─Todavía es pronto ─rezongó.
La mujer miró el reloj de pared. Se acomodó en una silla y suspiró.
─Bueno, al parecer, la temperatura del planeta ha aumentado en los últimos años.
─Pero ¿cuánto?
─Pues no sé, hija, un grado más o menos.
─¡Eso no es mucho!
─Y ahora termina el desayuno.
─Pues no lo entiendo ─insistió.
La madre echó otro vistazo al reloj y se acercó a la niña.
─Cuando yo tenía tu edad los inviernos eran distintos. Algunos días la nieve nos llegaba hasta la rodilla, incluso cerraban el colegio ─aclaró la madre─. A veces ni salíamos de casa. Y fíjate ahora…hace años que no cae un copo de nieve.
La niña abrió la boca, pero las palabras no salieron. Un claxon sonó en la calle. Se levantó de golpe. Cogió el abrigo y arrastró su mochila hasta la puerta. Levantó la mano a modo de despedida.
─¡Qué tengas buen día, Mandy! ─gritó la madre.
Subió al autobús deprisa. Buscó entre los compañeros. En la parte trasera y alejado del resto, un crío moreno y con gafas miraba por la ventanilla. No era muy popular, pero eso daba igual. La niña se sentó a su lado.
─Hola Néstor.
─Amanda ─contestó con voz solemne sin girar la cabeza.
─Oye, ¿sabes algo del calentamiento global?
─Pues claro, ¿por quién me tomas? ─se giró con el gesto fruncido.  
─Explícame qué pasará con eso.
─Mejor dicho, qué está pasando.
─Vale, lo que tú digas.
Néstor se tomó unos segundos. Se colocó las gafas y sin más preámbulos, comenzó a hablar.
─Los científicos llevan estudiando los efectos del calentamiento del planeta desde hace décadas ─Amanda escuchaba con la boca abierta─, y si continúa a este ritmo, creen que a finales de este siglo las consecuencias serán terribles: los mares aumentarán su nivel; la fuerza de los huracanes y otras tormentas será mayor; las especies que dependen unas de otras perderán esa sincronía; las inundaciones y las sequías serán más frecuentes; habrá menos reservas de agua dulce; las enfermedades se propagarán con mayor facilidad; los ecosistemas sufrirán cambios irreversibles, como ya está ocurriendo en el Polo Norte ─ añadió.
─¿Qué es lo del Polo Norte?
─Amanda, no te enteras de nada.
─¿¡Me cuentas lo del Polo Norte!? ─la pequeña levantó la voz. Algunos miraron molestos─, por favor ─pidió casi en un susurro.
─Un investigador ha descubierto que desde mediados de los ochenta, los osos polares están más delgados.
─¿Y?
─Cada vez hay menos hielo y sin él, los osos no pueden vivir ni alimentarse. Cuando el hielo desaparezca, los osos también lo harán ─sentenció.
─¿Se morirán?
─Me temo que sí.
La niña quedó en silencio. Tras unos minutos se volvió hacia Néstor.
─Dime una cosa, ¿por qué vienes al colegio?
─Solo tengo ocho años ─contestó con una mueca de asombro.
Durante las clases Amanda parecía distraída, como si su mente estuviera a miles de kilómetros, en latitud norte. Sonó el timbre. La señal para comer. Pero ella no movió ni un músculo. Esperó a que el aula se vaciara. Sacó un cuaderno de la mochila. Cogió su boli de la suerte y en una hoja en blanco comenzó a escribir. No levantó la vista hasta que una mano tocó su hombro.
─Llevo un buen rato buscándote ─la joven se colocó frente a ella.
─Quiero mandar esta carta ─tendió la misiva a su profesora.
─¡Esto está genial, Amanda! ─su voz de entusiasmo hizo sonreír a la pequeña.
Y la locura comenzó. La clase, al completo, participó en la iniciativa de su compañera. Publicaron el texto en las redes sociales, que echaron chispas durante días. Todos hablaban de “la niña del hielo”. Algunas televisiones y periódicos locales se hicieron eco de las peticiones de Amanda. Hasta la emisora de radio, que tanto gustaba a su madre, le dedicó unos minutos.
Pero la respuesta nunca llegó. Quizá su carta se perdió en una papelera o en el cajón del olvido de algún despacho.
Una voz familiar la trae de nuevo a la realidad.
─No lo pienses más, todo saldrá perfecto ─el joven se coloca a su lado. Coge sus manos─. Sabes, algunos miembros de la Asamblea quieren reunirse contigo. Tienen miles de preguntas…
─¿Te encargarás tú? ─suplica.
─ Claro que sí ─el joven le guiña un ojo y se levanta─. ¿Entramos?
─Espera ─Amanda se pone de pie sin soltarse del joven─. Gracias por tu apoyo, Néstor. No sé que haría sin ti.
─Siempre, Amanda ─susurra con un beso en la frente.
Los dos jóvenes se dirigen a la Gran Sala. Un murmullo en lenguas distintas inunda el interior. Avanza con paso firme hacia el atril. Echa un último vistazo a la carta y toma aliento. La joven sonríe. Amanda inicia su exposición. 

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