sábado, 5 de diciembre de 2015

Vecinos

Sentada en una silla de plástico y con la mirada fija en la pared, Clara, espera en la misma postura hace más de una hora. Al otro lado del cristal, la observan con atención dos mujeres y un hombre.
─¿Ha dicho algo? ─pregunta la mujer de mayor edad.  
─Ni una palabra ─responde el hombre con una mueca de indiferencia.
─Es mi turno, ¿vas a entrar, letrada?
─No, prefiero quedarme fuera.


La puerta se abre despacio. Clara ni se inmuta. Permanece de lado, en la silla, y mirando la pared. La mujer se acerca.
─¿Clara? Soy la doctora Núñez, ¿te importa que me siente?
La joven no mueve un músculo. Ni pestañea. Tampoco se vuelve. Sigue en la misma postura ajena a la presencia de la mujer. La doctora coge una silla y se coloca de lado, igual que Clara. Ésta da un respingo.
─¿Quién eres?
─Soy la doctora Núñez. Necesito que contestes algunas preguntas, ¿estás conforme?
Clara mueve levemente los hombros, con desgana.
─¿Recuerdas qué has hecho hoy?
La joven se remueve inquieta. Permanece en silencio. Vuelve a su postura preferida, de cara a la pared. Ante ese comportamiento, la doctora cambia de tema.
─¿Sabes dónde estás?
Se vuelve de nuevo y mira a la mujer.
─Este olor a cerrado, en penumbra y sin ruidos…me ha recordado mi antiguo apartamento. Un antro asqueroso que prefiero olvidar.
─¿No eras feliz en tu casa?
─¡Esa nunca fue mi casa! ─responde la joven con gesto de enfado─. No me gustaba aquel lugar. Pero una amiga me ayudó a salir de allí.
─¿Una amiga?
Cierra los ojos. Silencio. La doctora espera.
─Ingresó por un accidente de tráfico ─explica─. Yo tenía el turno de noche en urgencias. Fui su enfermera hasta que pasó a planta.
La mujer echa un vistazo a sus notas. Espera unos segundos para hacer la próxima pregunta.
─¿Cómo te ayudó?
─Cuando le dieron el alta, al despedirnos, me comentó que se iba del país y su casa estaba en venta ─el gesto de Clara se relaja─. Me pareció una buena oportunidad y la aproveché. Llegué a primeros de mayo ─comienza a relatar con entusiasmo─. Me sorprendió la claridad de su interior. En el jardín se respiraba un aroma a flores que me recordó mi niñez. Escuchar el graznido de las urracas, el canto de los mirlos y las voces de los niños jugando cerca de la verja. ¡Al fin, tenía mi propia casa!
─Muchas emociones el primer día. ¿Y qué tal tus vecinos?
─No conozco a todos. Solo a Florita que vive al lado, el matrimonio de enfrente y los de la perrita Luna que residen en el ocho. Bueno, el día que llegué y de pasada, apareció el vecino del cinco. No me gustó. Tenía una mirada extraña.
De pronto, Clara se calla. La doctora respeta sus silencios. Quiere que se sienta cómoda y hable.
─No sé…Tal vez estaba equivocada. Tampoco di importancia al tema.
─¿Alguna vez volviste a cruzarte con él?
─Pues ahora que lo dices…Llevo viviendo allí varios meses y no lo vi más.
La doctora insiste de nuevo pero de forma diferente. Necesita una confirmación.
─Por lo que me cuentas, te va bien en tu nueva casa.
─Sí, soy muy feliz. Aunque al principio hubo algunos problemas ─comenta Clara mirando a la única ventana de la sala─, no hice caso.
La mujer muestra un leve gesto de triunfo.
─¿Qué problemas, Clara?
─Todo empezó con unos anónimos en el buzón ─comenta la joven─. Después siguieron con el coche. El desinflado de las ruedas, la rotura de limpiaparabrisas trasero y los arañazos decorativos en las puertas. Se llevaron algunas macetas de la entrada y destrozaron una jardinera con prímulas azules. Son mis preferidas, ¿sabes?
─Supongo que lo denunciarías…
─¿Denunciar? No, ni lo pensé. Era perder el tiempo ─añade la muchacha─. Además, no fue a mí sola. Otros vecinos también sufrieron desperfectos.
La joven, de nuevo, dirige su mirada hacia la ventana. Espera la siguiente pregunta de la doctora.
─Bien, Clara, te repito la pregunta. ¿Recuerdas qué has hecho hoy?
─Nada especial. Hoy es mi día libre. He aprovechado para dormir. Eran las once cuando han llamado a la puerta y dos policías me han traído aquí. Eso es todo.
─Esta mañana han encontrado a un hombre inconsciente en el suelo con heridas en la cara. Al parecer, por la rotura de los cristales de su vehículo.
─Siento mucho lo que ha ocurrido pero ¿qué tiene que ver conmigo?
─La agresión se ha producido junto a la valla de tu jardín. El hombre es el vecino del cinco.
Clara comienza a cambiar de postura en la silla. Sus ojeras reflejan el cansancio acumulado. La doctora recoge la documentación extendida por la mesa.
─Es todo, Clara. Gracias por tu colaboración ─dice la mujer a modo de despedida─. Puedes marcharte.

La mujer se acerca a la abogada.
─¿Tú la crees? ─pregunta la letrada.
─Sí, ¿tú no? De todas formas, no hay indicios que revelen su implicación.
Clara se levanta sin prisa. En la puerta, alguien espera con impaciencia la salida de la joven.
─¿Qué tal ha ido, Clara?
─Mejor de lo que esperaba ─contesta con una amplia sonrisa en sus labios─. ¿Y tus manos, Florita?
─Tranquila. Son cortes sin importancia. En unos días, estarán curadas.
Las dos mujeres ríen con ganas. Y cogidas del brazo, se alejan con pasos de victoria.

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