Sentada
en una silla de plástico y con la mirada fija en la pared, Clara, espera en la
misma postura hace más de una hora. Al otro lado del cristal, la observan con
atención dos mujeres y un hombre.
─¿Ha
dicho algo? ─pregunta la mujer de mayor edad.
─Ni
una palabra ─responde el hombre con una mueca de indiferencia.
─Es
mi turno, ¿vas a entrar, letrada?
─No,
prefiero quedarme fuera.
La puerta se abre despacio. Clara ni se inmuta. Permanece de lado, en la silla, y mirando la pared. La mujer se acerca.
─¿Clara?
Soy la doctora Núñez, ¿te importa que me siente?
La
joven no mueve un músculo. Ni pestañea. Tampoco se vuelve. Sigue en la misma
postura ajena a la presencia de la mujer. La doctora coge una silla y se coloca
de lado, igual que Clara. Ésta da un respingo.
─¿Quién
eres?
─Soy
la doctora Núñez. Necesito que contestes algunas preguntas, ¿estás conforme?
Clara
mueve levemente los hombros, con desgana.
─¿Recuerdas
qué has hecho hoy?
La
joven se remueve inquieta. Permanece en silencio. Vuelve a su postura
preferida, de cara a la pared. Ante ese comportamiento, la doctora cambia de
tema.
─¿Sabes
dónde estás?
Se
vuelve de nuevo y mira a la mujer.
─Este
olor a cerrado, en penumbra y sin ruidos…me ha recordado mi antiguo
apartamento. Un antro asqueroso que prefiero olvidar.
─¿No
eras feliz en tu casa?
─¡Esa
nunca fue mi casa! ─responde la joven con gesto de enfado─. No me gustaba aquel
lugar. Pero una amiga me ayudó a salir de allí.
─¿Una
amiga?
Cierra
los ojos. Silencio. La doctora espera.
─Ingresó
por un accidente de tráfico ─explica─. Yo tenía el turno de noche en urgencias.
Fui su enfermera hasta que pasó a planta.
La
mujer echa un vistazo a sus notas. Espera unos segundos para hacer la próxima
pregunta.
─¿Cómo
te ayudó?
─Cuando
le dieron el alta, al despedirnos, me comentó que se iba del país y su casa
estaba en venta ─el gesto de Clara se relaja─. Me pareció una buena oportunidad
y la aproveché. Llegué a primeros de mayo ─comienza a relatar con entusiasmo─.
Me sorprendió la claridad de su interior. En el jardín se respiraba un aroma a
flores que me recordó mi niñez. Escuchar el graznido de las urracas, el canto
de los mirlos y las voces de los niños jugando cerca de la verja. ¡Al fin, tenía
mi propia casa!
─Muchas
emociones el primer día. ¿Y qué tal tus vecinos?
─No
conozco a todos. Solo a Florita que vive al lado, el matrimonio de enfrente y
los de la perrita Luna que residen en el ocho. Bueno, el día que llegué y de
pasada, apareció el vecino del cinco. No me gustó. Tenía una mirada extraña.
De
pronto, Clara se calla. La doctora respeta sus silencios. Quiere que se sienta
cómoda y hable.
─No
sé…Tal vez estaba equivocada. Tampoco di importancia al tema.
─¿Alguna
vez volviste a cruzarte con él?
─Pues
ahora que lo dices…Llevo viviendo allí varios meses y no lo vi más.
La
doctora insiste de nuevo pero de forma diferente. Necesita una confirmación.
─Por
lo que me cuentas, te va bien en tu nueva casa.
─Sí,
soy muy feliz. Aunque al principio hubo algunos problemas ─comenta Clara
mirando a la única ventana de la sala─, no hice caso.
La
mujer muestra un leve gesto de triunfo.
─¿Qué
problemas, Clara?
─Todo
empezó con unos anónimos en el buzón ─comenta la joven─. Después siguieron con
el coche. El desinflado de las ruedas, la rotura de limpiaparabrisas trasero y
los arañazos decorativos en las puertas. Se llevaron algunas macetas de la
entrada y destrozaron una jardinera con prímulas azules. Son mis preferidas,
¿sabes?
─Supongo
que lo denunciarías…
─¿Denunciar?
No, ni lo pensé. Era perder el tiempo ─añade la muchacha─. Además, no fue a mí
sola. Otros vecinos también sufrieron desperfectos.
La
joven, de nuevo, dirige su mirada hacia la ventana. Espera la siguiente
pregunta de la doctora.
─Bien,
Clara, te repito la pregunta. ¿Recuerdas qué has hecho hoy?
─Nada
especial. Hoy es mi día libre. He aprovechado para dormir. Eran las once cuando
han llamado a la puerta y dos policías me han traído aquí. Eso es todo.
─Esta
mañana han encontrado a un hombre inconsciente en el suelo con heridas en la
cara. Al parecer, por la rotura de los cristales de su vehículo.
─Siento
mucho lo que ha ocurrido pero ¿qué tiene que ver conmigo?
─La
agresión se ha producido junto a la valla de tu jardín. El hombre es el vecino
del cinco.
Clara
comienza a cambiar de postura en la silla. Sus ojeras reflejan el cansancio
acumulado. La doctora recoge la documentación extendida por la mesa.
─Es
todo, Clara. Gracias por tu colaboración ─dice la mujer a modo de despedida─.
Puedes marcharte.
La
mujer se acerca a la abogada.
─¿Tú
la crees? ─pregunta la letrada.
─Sí,
¿tú no? De todas formas, no hay indicios que revelen su implicación.
Clara
se levanta sin prisa. En la puerta, alguien espera con impaciencia la salida de
la joven.
─¿Qué
tal ha ido, Clara?
─Mejor
de lo que esperaba ─contesta con una amplia sonrisa en sus labios─. ¿Y tus
manos, Florita?
─Tranquila.
Son cortes sin importancia. En unos días, estarán curadas.
Las dos mujeres ríen con ganas. Y cogidas del brazo, se alejan con pasos de victoria.
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